A estas alturas no
creo que alguno de ustedes sea ajeno a la polémica suscitada en torno al
despropósito de proyecto, que pretende levantar una presa de laminación
en el cauce del Bergantes. Tampoco permanecerán ajenos al esfuerzo de
las gentes de Aguaviva por evitar el desastre, por poner coto a una obra
que acabaría con su rio, con su vega, y con numerosos puestos de
trabajo. Si lo habitual es que
los pueblos vivamos de espaldas a nuestros ríos, Aguaviva ha vivido
siempre asomada al Bergantes; en su cauce se esconden miles de
historias, vividas al calor de un río virgen, un río impetuoso, ideal
para el baño y el recreo.
Pero una vez más la CHE, esa
institución rancia, pantanera y sin escrúpulos, plantea otro embalse; lo
hacen sin apenas dar tiempo para alegar, acortando al máximo la
capacidad de reacción, y argumentando el riesgo que una avenida
extraordinaria tendría sobre la presa de Calanda. Ante ese escenario,
que a mí me causa pavor, se opta por desvestir a un santo para vestir
otro. Se mantiene una presa que no ofrece garantías, y se plantea otra
para asegurarla. Si la amenaza son las avenidas, y la incapacidad de
resistirlas de la presa de Calanda, a que espera la vetusta CHE para
intervenir en esa presa, para arreglarla y evitar riesgos. ¿Qué lógica
tiene hacer algo nuevo para preservar los defectos de algo viejo? La CHE
actúa sin lógica, atropellando a los vecinos, a la gente, sin darles
tiempo a recurrir, a presentar alegaciones.
Existen alternativas menos agresivas y
más baratas. Quieren hacernos creer que las balsas laterales no lo son;
el problema es que esas balsas son un pobre negocio, pese a que dan
seguridad y además garantizan el riego.
Yo me opongo a esa
presa. Desde la razón, desde el sentido común; por la defensa del medio,
del rio; por la defensa de los puestos de trabajo de empresas y
explotaciones familiares; por la defensa de un pueblo, su identidad y su
amor a un río. Así lo pienso, así lo escribo “Pueblos vivos, ríos sin
presas”. El Bergantes no se toca.